viernes, 15 de enero de 2010

Vivir solo es un privilegio



La principal ventaja de vivir solo consiste en que no es necesario negociar nada respecto al habitat sino que éste se adapta a nuestro temperamento de forma natural, sin esfuerzos, como una segunda piel. El olor matutino, hasta el color de las luces, están relacionados contigo, aunque tú no seas consciente de ello, lo que tú haces por tu casa, ella te lo devuelve en forma de confort, de complicidad, de placidez.
Organizas el interior para que cumpla tus expectativas y éste, con una generosidad sin límites, se lo monta para que disfrutes allí dentro y de paso le explica a los demás cosas sobre tí. No hay nada más evocador de una persona, aparte de su olor personal, que el espacio en el que la hemos conocido y que relacionamos con ella de forma inmediata.



Ahora bien, ¿que ocurre cuando un apartamento se equipa para vivir en pareja como suele ocurrir en la mayoría de las ocasiones? que el espacio se convierte en un híbrido, en un compromiso entre dos personalidades que normalmente no se resuelve a favor de ninguna de las dos. Es un poco de tí y un poco de tu pareja, o sea que no es nada en realidad.




En algunos países muy avanzados socialmente es práctica habitual equipar el dormitorio principal con dos camas separadas, síntoma inequívoco del ansia de individualismo que comporta una cultura doméstica madura.
Otro ejemplo: los fabricantes de sanitarios hace unas cuantas temporadas que insisten con el modelo del lavabo de dos senos.






Es cierto que físicamente no existe ningún impedimento a compartir criterios para equipar la casa, pero desde el punto de vista anímico es un acto contra natura. Decidir el aspecto del futuro hogar en una prueba que deben pasar todas las parejas y que muy pocas superan con éxito.
Si tu quieres blanco y yo negro, el gris es un camino intermedio en la escala cromática pero no en la de la satisfacción personal respecto al espacio que nos rodea.
Lo dicho, vivir solo es un provilegio del siglo XXI.